«El chamamé es un legado y lo más fuerte que atesora nuestro pecho»

Desde aquellas décadas de injusta marginalidad hasta el reconocimiento global de ahora, la música correntina cuenta con grandes exponentes históricos que siguen siendo referencia para los jóvenes y los que no lo son tanto. Guitarras, acordeones y bandoneones marcan el pulso de una provincia y un país que hoy recuerdan a uno de los más grandes, y a través de él a todos los embajadores del ñanderekó. Coquimarola, hijo de Tránsito, asegura que el legado «es de todos y cada vez más grande».

—¿Cómo vive este día de conmemoración?
—Es sin dudas una jornada especial para todos. Nosotros no solo conservamos el amor por nuestra música, sino que lo vamos acrecentando. El chamamé es un legado y lo más fuerte que atesora nuestro pecho. Lo heredamos todos los argentinos, no solo los correntinos. Es de todos, de los músicos y de los que consumen el chamamé en diferentes partes del país y del mundo.

—¿Qué es lo que hace que ese legado siga vivo y fuerte?
—Es un conjunto de cosas. Uno desde su lugar tiene que hacer su aporte, hay que alimentar a esa plantita para que germine y después para que siga creciendo. Eso se hace con amor, no hay otra manera.

—¿Lo toma como un compromiso?
—No, porque compromiso suena a algo que cuesta hacer o es por obligación, y es exactamente lo opuesto a eso. Lo que hacemos es atesorar, querer y valorar esto que es nuestro, y no solo nuestro. Los chaqueños, formoseños, misioneros y muchos otros adoptaron el chamamé como su música y eso es algo que tenemos que valorar y preservar.

¿Qué lugar ocupan los grandes referentes que ya no están?
—El reconocimiento más grande es para ellos, para sus familias que los acompañaron. Yo lo siento así, y cada vez que puedo nombro a los Sheridan, a Yacaré (Aguirre), Zitto (Segovia) y tantos otros que nos dejaron una riqueza muy grande, como Cocomarola.

—¿Qué opina sobre los diferentes estilos que existen?
—El chamamé es uno solo, no entiendo muy bien cuando se habla de innovación. El Chango Spasiuk toca el acordeón, hay guitarra, bajo y percusión. Mario (Bofill) lo mismo. Amandayé, Los de Imaguaré. Podemos decir que cambia la forma en la que se toca, pero es lo mismo que con los autos. Antes no tenían aire acondicionado y ahora sí, pero siguen siendo autos.

—¿No le parece que haya un antes y un ahora?
—No, no hay que diferenciar entre lo de antes y lo de ahora. Hay composiciones e interpretaciones excepcionales en todos los tiempos. Hay que fijarse antes de Salvador Miqueri, las letras de hombres como Albérico Mansilla, Edgar Romero Maciel, Osvaldo Sosa Cordero o Luis Acosta. Uno repasa esas letras y son poesía pura, ni más ni menos.

—Y hoy es patrimonio de la humanidad.
—Ser hoy patrimonio de la humanidad es el resultado de un proceso de mucho tiempo, que empezó en las décadas del 30 y del 40. Con músicos en el campo que eran invitados a tocar en un cumpleaños y la gente bailaba. Ellos también fueron el granito de arena necesario para que hoy sigamos conservando nuestra idiosincrasia.

—¿Qué puede decir de Tránsito, su padre?
—Me sigo sorprendiendo con el reconocimiento que hay hacia él por parte de los colegas músicos. Todos hablan muy bien de él, es algo maravilloso. Pero mi padre no solo sabía apretar las teclas de un acordeón, sino que fue un gran intérprete, compositor y tuvo un estilo propio muy marcado. No solo en el chamamé, en todos los géneros; lo valioso es tener estilo.

—¿Cómo lo recuerda usted?
—Era un hombre común, muy familiero, muy amigo de sus amigos, tenía muchas amistades. Era más bien parco, pero tenía un ángel especial, estaba tocado por una varita mágica. Lo que me da pena es que se haya ido tan pronto, sin poder percibir que fue uno de los baluartes de nuestra música.

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